viernes, 28 de marzo de 2014

Guerra a Ultranza, de Amando Lacueva



Guerra a ultranza
'Guerra a Ultranza, Barcelona 1713-1714', es una novela que le mete hierro al asunto


Publicado: 20:06 - 27/03/2014





Para los editores, San Jordi termina por Fallas, y en 2014 nos han prohibido jugar con fuego. El pasado domingo, mientras los tanques rusos vigilaban en Crimea la limpieza del referéndum de anexión, tres policías municipales de la 26ª nos detenían por encender unos petardos con apenas 3 gr. de pólvora que al detonar en las alcantarillas, recuerdan las baterías disparadas sobre Barcelona durante los meses que estuvo sitiada.

Este año del tricentenario, aquel humo surge de los cartuchos de tinta de las máquinas offset, y los ríos de sangre derramada en esta bendita tierra emergerán desde los acuíferos en cuatricromías. El tiempo vuela en sentido contrario a las agujas del reloj, y las tripas de los libros nos transportarán a un día como hoy de marzo de 1714, cuando la muchedumbre hacía colas en las parroquias de Barcelona para que les administraran el sacramento de la confesión.

Catalunya se acaba de llevar un buen chasco al comprobar que la firma de la paz entre Austria y Francia dejaba sin resolver la cuestión de sus privilegios, y el Conseller en Cap, Rafael Casanova i Comes, utilizó al clero para pulsar la voluntad de los cincuenta mil habitantes sobre si someterse al Borbón o continuar la guerra en solitario. Una consulta que tuvo lugar sin el sigilo sacramental.

A pesar de que 1714 se ha convertido en un número mágico que aparece con premio en las tragaperras, el episodio épico que causó diez mil bajas por bando comenzó el año anterior, cuando el virrey Guido abandonó a los catalanes a su suerte, y a las seis de la mañana del 9 de julio de 1713, los Tres Comunes declararon la Guerra a Ultranza.

La decepción causada por esa traición internacional produjo que los migueletes más radicales tomaran el control de las calles y fue tal la coerción sobre los miembros de los Tres Brazos para que votaran la Guerra a Ultranza que el Conseller en cap, Manuel Flix i Ferreró, contrató a un regimiento clandestino y los ahorcó en los árboles del barrio de la Riera de Barcelona.


La sociedad ya no sólo se debatía entre austricistas o felipistas, sino entre fanáticos de ambos bandos que no querían hablar de reconciliación, y moderados que no deseaban escuchar todo el santo día la monserga de los cañones.

El bando que decretó la resistencia a ultranza provocó la salida de muchos nobles de Barcelona hacia Génova y Mataró, y el bando siguiente ordenó el decomiso de sus joyas para ser fundidas y acuñar monedas de dos reales con las que pagar soldadas al ejército regular.

Si quieres saber dónde acabó la plata, Guerra a Ultranza, Barcelona 1713-1714, es una novela que le mete hierro al asunto y están guillotinando para que vea la luz en la próxima diada de la pasión, la patria y la primavera.

El proceso de edición comienza cuando un escritor se presenta en una editorial con su cabeza debajo del brazo. Eso sucedió en Arola Editors con Amando Lacueva después de Reyes, así que leer, corregir, maquetar, hacer las planchas, fijar las tintas, comprobar las galeradas, plegar los cuadernillos, encuadernar con cola y decidir que aparezcan los colores del taxi de Barcelona en la portada, ha sido una tarea frenética.

La familia del novelista, Amando Lacueva (La guerra del francés I y II), pertenece al grupo de catalanes por residencia de más de diez años con hijos nacidos en este suelo que sienten propio. Representan al setenta por ciento de un censo electoral en el que los treinta apellidos más frecuentes no son catalanes frente a los nombres de pila, que mayoritariamente lo son desde hace varios decenios. Pero a diferencia de quienes vinieron aquí, ellos salieron por piernas del lugar en el que estaban cuando dos vecinos suyos asesinaron a su tatarabuelo por un conflicto de aguas, y su bisabuelo lo vengó.

Y lo cuento con permiso porque la obra, que va por libre y a saber por quién toma partido, está cargada de intrigas con espías, prófugos, sexo, sicarios, complots y traiciones para hacer interesante un tema de interés: ese periodo aciago vivido en Barcelona tres siglos atrás que tanto se asemeja a lo que estamos viviendo.

Desde que los campesinos gritaban ‘Via fora, lladres’, hasta que el Conseller en cap, Artur Mas i Gavarró, no ha descartado declarar la Independencia sin consultar ni en las iglesias, no ha pasado nada.

Ya no se trata de las gabelas del intendente Patiño o del autogobierno que nunca tuvo tanto desde entonces, sino de una dignidad nacional catalana que hierve sin solución de continuidad desde aquellos tiempos en los que primero Aragón y Valencia, y poco después Mallorca, fueron castigadas por alzarse en armas contra el monarca.

Parece broma que no se puedan disparar masclets de clase tercera y haya tanto fuego jugando con personas que se anexionarían a Tartaristán si se resolvieran sus problemas. Los derechos nacionales siempre van a costa de los individuales, como muestra la cara de los pobres tártaros al comprobar que el mapa de Europa cambia fronteras en cuatro semanas de reloj. Repitamos:

Felipe V es como Soberano, un brandy; el archiduque Carlos, un armañac, y el bastardo del rey inglés que entró en formación con sus tropas el once de septiembre de 1714, Berwick, la ginebra que se adereza con pepino.

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